Ayer pude leer en varios medios de comunicación la noticia de la publicación del último libro de la neuropsiquiatra Louann Brizendine, El cerebro masculino, sobre las diferentes actitudes que hombres y mujeres mostramos respecto al sexo, y las conclusiones que de él se destacan son bastante curiosas, aunque habría mucho que discutir de si los fundamentos de dichos comportamientos son de origen biológico o más bien sociológico. No se puede negar que el currículum de esta señora es brillante, miembro del Consejo de Psiquiatría y Neurología y de la Junta Directiva de Examinadores Médicos y profesora de psiquiatría de la Universidad de California en San Francisco, sin embargo algunas de sus afirmaciones resultan demasiado condescendientes con ciertas actitudes machistas.
Louann Brizedine asegura, por ejemplo, que “Los hombres miran a las mujeres atractivas de la misma manera en que nosotras miramos unas bellas mariposas”. La verdad es que no sé en qué se basa al hacer esta afirmación, pero no creo que las mujeres nos excitemos ni nos sintamos sexualmente atraídas por una mariposa, por muy llamativas que sean sus alas. Y si estamos hablando de admirar “la belleza” como tal, sea de una mujer, de un hombre o de un cuadro, no tiene nada que ver con la potencia sexual de cada un@, sino con el placer visual de una imagen hermosa. O ¿acaso los hombres no pueden apreciar la belleza de una mariposa?
Siguiendo en la misma línea, afirma que “el cerebro femenino está condicionado a buscar seguridad y confianza en una posible pareja antes de que ella acepte tener relaciones sexuales. Pero el cerebro masculino está alimentado para emparejarse una y otra vez hasta que lo haga con alguien para toda la vida”. Eso señora Louann no tiene nada que ver con el deseo sexual, sino más bien con el rol que te impone la sociedad. Es muy sencillo: el hombre que se va con la primera que pilla, es un campeón, pero la mujer que acepta mantener relaciones sexuales frecuentes con hombres con los que no mantiene ningún vínculo sentimental, sigue siendo una puta, muy a pesar de encontrarnos ya en pleno siglo XXI.
Pero las lindezas de esta señora no quedan ahí: «A pesar de todos los estereotipos que apuntan a lo contrario, el cerebro masculino puede enamorarse tanto y tan rápido como el cerebro femenino, incluso hasta más.” ¿Alguien lo dudaba? ¿Por qué parece que tienen que ser siempre las mujeres las que necesiten estar perdidamente enamoradas para estar con un hombre? Los sentimientos no dependen del sexo de la persona, sino de la capacidad individual que cada un@ tiene para enamorarse.
Otras de sus brillantes conclusiones son: “los hombres siempre están pensando en el sexo”; “los varones piensan en sexo tres veces más que las mujeres”. Habría que analizar en qué contexto se sitúan los hombres y las mujeres de su estudio, es decir, si estamos hablando de una mujer que tiene su trabajo remunerado, se tiene que ocupar de las tareas del hogar y del cuidado de los hijos ella sola porque su marido no ha aprendido a conciliar las tareas de ambos, es normal que con tantas preocupaciones no le quede tiempo para pensar en el sexo y que al llegar a la cama lo que más le apetezca sea dormir. Si por el contrario, el hombre asumiera su responsabilidad y no tuviera tanto tiempo para mirarse el ombligo (o más abajo), veríamos cómo esa diferencia entre las veces que unos y otras piensan en el sexo se reduciría considerablemente.
Este estudio me ha recordado a otro que salió publicado hace ya más de un año, en el que se decía que los hombres son infieles porque tienen un gen denominado alelo 334, aunque yo más bien le habría llamado caradura 365.
Lo peor de todo es que a modo de conclusión afirma que “Esa es la realidad hormonal masculina y hay que aceptarla”. Estupendo, pues nada, ahora los hombres, cuando comiencen una relación, deberán advertir a su pareja de sus necesidades biológicas e incapaces de controlar de desar tirarse a todo lo que se ponga por delante. Y nosotras, que somos muy comprensivas, lo aceptaremos sin rechistar.
PURNA-A Chobenalla Reboluzionaria Independentista said,
mayo 18, 2010 @ 12:20 am
Esta señora puede tener un curriculum académico impresionante, pero sus apreciaciones y conclusiones, por lo menos en las citas que se dan en este artículo, denotan un pensamiento pequeñoburgues y patriarcal bastante acusado. De ahí que desde la óptica de la sociología marxista no podamos aceptar tales conclusiones. Señora Brizendine, se puede entender que hay científicos que todavía se aferren a la posición hegemónica de la biología sobre la cultura en la construcción del ser humano, esto es, el determinismo genético. Pero el determinismo genético, que puede, e indudablemente influye en la construcción del ser humano, no puede determinar cuales tienen que ser nuestras relaciones sociales o nuestros roles de género. Esta señora está legitimando el determinismo genético, como el constructor de nuestra identidad de género y de nuestros comportamientos sexoafectivos, sin realizar un análisis en profundidad sobre el papel que desempeña la sociedad en la propia construcción de género.
De todos modos, las conclusiones llegadas tampoco son ninguna novedad, pues conocemos perfectamente el papel desempeñado, tanto por la mujer como por el hombre en una sociedad patriarcal (la actual). Lo novedoso hubiese sido que esta académica burguesa hubiese propuesto que estos roles de género que ,probablemente, actualmente se estén desarrollando en un alto porcentaje de la población mundial pueden, y deben ser, transformados de raiz si queremos avanzar hacia otro tipo de sociedad. Lo novedoso hubiese sido que bajo esas conclusiones, realizadas desde su óptica patriarcal, hubiese realizado una reflexión crítica, y hubiese abogado por una, necesaria, construcción social de género antihegemónica.
En los años 40 se hicieron grandes avances en medicina, la gran mayoría provenían de los estudios que académicos y doctores de la época como el doctor Mengele estaban llevando a cabo en el seno de la Alemania nazi. Por aquellos años en la España de la Paz de Franco, el entonces tambíen académico, psiquiatra, con un currículum impreionante, que aumentó durante toda su vida hasta que le visitó la muerte, el Doctor Vallejo Nágera, afirmaba, que el comunismo era una enfermedad mental, y que como tal había que combatirla. Lo demostraba, entre otras cosas, por el tamaño del cráneo de los marxistas.También fue uno de los pioneros en afirmar que la homosexualidad, por supuesto, también era una enfermedad mental, y estableció las bases para ser considerada como tal. De hecho hay corrientes y tesis (pseudo)científicas que todavía lo consideran así.
Por lo tanto, ante estas interpretaciones (pseudo)científicas que los académicos burgueses, y al servicio del orden global, han venido elaborando durante toda la historia, desde una posición antihegemónica, igualitaria, culturalista y marxista, no podemos hacer otra cosa que repudiarlas.
Nuestra lucha es otra, es analizar este discurso que los doctores del sistema nos venden como verdadero, para combatirlo, y establecer las pautas y cimientos para transformar la actual sociedad de la esquizofrenia, el patriarcado, la explotación (in)justificada, y el capitalismo perverso en una sociedad humanista, antipatriarcal, igualitaria, de reparto de riqueza y de justicia social.
Güe como ayer. PAN Y ROSAS!
Christian said,
diciembre 29, 2013 @ 5:42 pm
Discrepo con tu tesis y, al mismo tiempo, me alineo con la neuropsiquiatra, que no da su opinión sino que analiza lo que la ciencia, en sus distintas ramas pertinentes para este asunto (química, biología, neurología, psicología, sociología, antropología…), arroja de forma terca. La realidad es tozuda, como bien se sabe.
Vaya por delante que creo que los tópicos tienen mucho de cierto; no son tópicos por casualidad. Siempre he pensado que es más que evidente que la sabiduría popular tiene mucho de verdadera; por algo se ha repetido en muchos lugares durante muchísimo tiempo. La sabiduría popular -o, en su acepción más frívola, los tópicos- refleja, al menos en el tema que nos ocupa, una realidad biológica que, como bien se ha documentado en muchos estudios, subyace en la especie humana, nos guste o no, y se manifiesta de forma estadística.
El problema, y la gran fuente de discusión, es pensar que estos estudios y sus resultados nos definen o, mejor dicho, nos obligan a ser de cierta forma. Por ejemplo: «Más tiran dos tetas que dos carretas». Un tópico bien conocido, ¿no? Una pieza celebérrima de sabiduría popular. ¿Refleja una realidad biológica subyacente o se trata de una muestra trasnochada de hembrismo? Si yo fuera un varón homosexual, podría decantarme por lo segundo si juzgo por mi experiencia; si fuera heterosexual poco testosterónico, más de lo mismo; sin embargo, muchas personas sonríen al escuchar esta frase, como asintiendo implícitamente con la afirmación. En cualquier caso, no me obliga como hombre a perder el control ante dos hermosos senos ni, por supuesto, podría justificar una infidelidad.
¿Son tópicos sin fundamento las afirmaciones sobre la búsqueda de belleza por parte de los machos? ¿Y la de recursos y seguridad por parte de las hembras? Si alguien se toma la molestia de revisar la literatura científica al respecto (Helen Fisher la ha acercado al gran público, pero autores como David Buss le han dado el estatus académico), verá que lo que es preceptivo en el mundo animal deja poso estadístico en el comportamiento humano; o, si se prefiere, tenemos una inclinación biológica muy fuerte al respecto. Que yo no me sienta reflejado en alguno (o todos) los estudios, no significa que no tengan validez; y que reflejen un comportamiento estadísticamente significativo no me obliga a mí a comportarme así. Ya sé que me repito, pero es que es la clave en esta discusión.
Estas conclusiones no deben servir de excusa para comportamientos no deseados; si una pareja tiene unas normas, romperlas significa una falta de lealtad que no puede justificarse con la biología. Podemos tener instintos, pero una parte superior del cerebro debe tomar el control de nuestro comportamiento; de hecho, el proceso de maduración consiste en establecer más conexiones entre el neocórtex y el sistema límbico.
Llevamos de serie un comportamiento animal, reflejo de una estructura cerebral que se nos desarrolla de serie. No vamos a entrar en el debate de cómo se estructura esta arquitectura neuronal en las primeras semanas de desarrollo embrionario, a pesar de que parece estar más que ligada con nuestra futura orientación sexual. Los asuntos psicológicos, cómo no, tienen su peso en cómo modelaremos en el futuro nuestra conducta sexual (el cerebro se reestructura, y mucho, por nuestras experiencias, especialmente durante la infancia), pero la orientación base parece determinada por el flujo de testosterona que recibimos en el cerebro durante las primeras semanas de desarrollo embrionario.
Los tópicos se comportan como tales, en el mal sentido del término, cuando se usan para justificar comportamientos indeseables o cuando se trata de marginar o ridiculizar a un sexo; pero, nos guste o no, la especie humana, como una más del reino animal, tiene una herencia biológica que determina en buena parte nuestro comportamiento instintivo, hecho que se refleja a nivel estadístico cuando se analizan distintos pueblos y razas. Pero eso no obliga a nadie a comportarse de una cierta forma ni, por supuesto, quiere decir que todos los hombres son iguales y todas las mujeres son iguales.
Para quien quiera profundizar, nada mejor que leer los dos libros de la autora que nos ocupa en este debate acerca de hombres y mujeres, y, cómo no: «Por qué amamos» (Helen Fisher) y «La evolución del deseo» (David Buss).